CÓMO ME afectarán los pormenores del deporte de elite que esta tarde, cuando he pisado sin querer a mi gato Broma (pero por culpa de él, que no sale de mis piernas cuando estoy cocinando) y él ha lanzado un maullido escandaloso, he pensado por un momento: “A ver si ahora Broma se pone tan vengativo como ayer se puso el jugador de los Pistons, Isaiah Stewart, y me persigue de por vida igual que a Lebron James”. Hasta me ha dado por esbozar un cuento sobre un gato que ensaya las más variadas represalias contra el dueño que le ha pisado, sin acordarse para nada de las veces que fue cuidado y alimentado por él. Pero a mí no me ha pasado eso: al de un minuto Broma ya me había perdonado y de nuevo se arriesgaba a merodear debajo de mis piernas. Qué gato es Broma: os juro que de todos los que he tenido, lo mismo en Lauros que en Madrid, él es el cubo de las facultades gatunas, el más extraordinario que he visto. Tiene una característica que me gustaría que tuvieran las personas: la intensidad. Él todo lo hace intenso, lo mismo las cosas buenas que las malas; incluso me ha sucedido, cuando trato de que no muerda o arañe a Lorca, que es una gata ya mayor que nunca se mete en líos, ¡que me bufa y me enseña las uñas, reivindicando su derecho de morder a los demás! Si hay algo en pie, lo tira; si estoy durmiendo, me despierta; si le cierro una puerta, enseguida se pone a arañarla; cuando aparece alguien en casa, de inmediato se proclama su enemigo, pero luego es también el primero que desea hacerse amigo del extraño; en definitiva, es un gato alegre, vehemente, sociable, sano, lúdico, travieso, invasivo, generoso… ¡ya se me podían pegar cosas de él!