DICE NAHUEL, el activista de Straight Edge que fue absuelto después de pasar en la cárcel dieciséis meses, la mayoría aislado por supuesta peligrosidad: “Yo pensaba que la cárcel no me había afectado, pero me he dado cuenta de que sí, de que ahora me cuesta mucho socializar”. Claro. Muchas veces he pensado, a cuenta de mi soledad crónica, que la culpa es mía por los altos niveles de orgullo e individualismo con los que me muevo, pero al final concluyo que la explicación no puede ser esa, porque he conocido a otras personas tan orgullosas e individualistas que, sin embargo, no están solas. Sucede que yo, simplemente, me pasé los treinta primeros años de mi vida en un caserío de Vizcaya, el 95% del tiempo solo, de forma que la soledad ha nidificado en mí, se ha vuelto mi territorio, y cuando me armo de valor y trato de salir a la calle, me ocurre que entro en un territorio desconocido, que no domino, y cualquier tontería o minitraba me hacen volver al iglú del silencio, allí donde me siento seguro. Si solo hubiera pasado un  año en soledad, incluso cinco, quizá habría logrado vencer mi rechazo a los demás; pero después de treinta años es imposible: de una soledad tan grande ya no se regresa.