CUÁNTAS VECES he pensado si ese continuo enseñar / reivindicar / presumir de soledad por parte del escritor no tendrá un origen más simple: el de buscar la complicidad con el lector. Porque el lector también es un tipo sospechoso de acarrear cantidades ingentes de soledad: es un tipo que está leyendo un libro en lugar de estar con la familia o en los bares o con los amigos o en las redes sociales. ¡Qué tentación la de acudir al lector con esa peonza ya muy girada del qué distintos somos al resto, qué asteriscos llevamos en la frente y qué incapacidad la nuestra para ser manada!