ANTES LAS personas eran complicadas, ahora son tóxicas; antes eran variables, ahora son bipolares; antes miraban por lo suyo, ahora son narcisistas. Lo que encuentro en esta radicalización del lenguaje popular es el fracaso de la cacareada bondad de las relaciones sociales.
Yo nunca diré que la soledad es maravillosa, como dicen petardos del tamaño de Nietzsche al que luego han descubierto (ahí está el libro de recuerdos de su amigo íntimo Overbeck) en delito de inventarse su soledad. Al contrario: una soledad como la mía es algo monstruoso, nada aconsejable, que solo puede soportar (mal) alguien con unas huellas biográficas tan especiales como las mías. Pero decir que las relaciones sociales aumentan la calidad de vida es una de las patrañas de nuestro tiempo, además de un insulto para las que estamos solas porque, si es cierto que sois tan estupendos, ¿por qué íbamos a huir y a protegernos de vosotros?
La única manera de conseguir buenas relaciones sociales es desnaturalizarse. Consigues vivir diez o quince años más porque te acostumbras a callar, a ceder, a no preocuparte por lo que realmente deberías preocuparte, a pasar por alto situaciones que no deberías pasar por alto. También se vive más fácil cuando haces secta con primates similares a ti, con los que jamás tienes conflictos, lo que tampoco es una buena idea, porque el sectario se configura contra el otro: el sectario es alguien que suspende su racionalidad y no vive una vida reflexionada.
En sociedad mejoras tu secta, no la comunidad. Fomentas tu hipócrita, no tu persona. Fortaleces tu animalidad mala, no la buena. Vives más tiempo, no mejor.