ANTES LAS personas eran complicadas, ahora son tóxicas; antes eran variables, ahora son bipolares; antes miraban por lo suyo, ahora son narcisistas. Lo que encuentro en esta radicalización del lenguaje popular es el fracaso de la cacareada bondad de las relaciones sociales.

Yo nunca diré que la soledad es maravillosa, como dicen petardos del tamaño de Nietzsche al que luego han descubierto (ahí está el libro de recuerdos de su amigo íntimo Overbeck) en delito de inventarse su soledad. Al contrario: una soledad como la mía es algo monstruoso, nada aconsejable, que solo puede soportar (mal) alguien con unas huellas biográficas tan especiales como las mías. Pero decir que las relaciones sociales aumentan la calidad de vida es una de las patrañas de nuestro tiempo, además de un insulto para las que estamos solas porque, si es cierto que sois tan estupendos, ¿por qué íbamos a huir y a protegernos de vosotros?

La única manera de conseguir buenas relaciones sociales es desnaturalizarse. Consigues vivir diez o quince años más porque te acostumbras a callar, a ceder, a no preocuparte por lo que realmente deberías preocuparte, a pasar por alto situaciones que no deberías pasar por alto. También se vive más fácil cuando haces secta con primates similares a ti, con los que jamás tienes conflictos, lo que tampoco es una buena idea, porque el sectario se configura contra el otro: el sectario es alguien que suspende su racionalidad y no vive una vida reflexionada.

En sociedad mejoras tu secta, no la comunidad. Fomentas tu hipócrita, no tu persona. Fortaleces tu animalidad mala, no la buena. Vives más tiempo, no mejor.


¿ES LA soledad la que hace al individuo o es el individuo el que una vez asentado se decide por la soledad? En mi caso estoy segura de que la soledad fue la primera y que el individuo vino después, igual para fingir que estoy sola por decisión propia :)


LA SOLEDAD es solo una subsociedad: el solitario nunca pierde la referencia del otro. Si además devoras libros, no solo no te alejas de lo social sino que te vuelves una especialista en humanos, esos seres a los que sin embargo evitas. Libros que no son antivida, como se dice, sino vida más vivida.


ASOMBROSO QUE al final haya acabado siendo escritora. Porque escritora soy, buena o mala: me refiero a que invierto la jornada completa en leer o escribir o pensar, y así día tras día, sin ninguna interrupción, desde hace veinte años. Recuerdo que cuando era muchacha me decían, tanto en la escuela como en el instituto, que yo iba a acabar siendo escritora, y entonces me hacían reír, porque la literatura solo me interesaba en las clases de literatura y todo lo que escribía era para esas clases. Siempre me vi como alguien de acción, como una deportista, una revolucionaria o una reportera de guerra...

Pero claro. Ahora que lo pienso, todo se ha conducido por el único surco posible. Una capacidad de resistencia a la soledad como la que yo tengo, la más grande que he visto en cualquier persona, estaba destinada a desembocar ahí. Por fuerza el contacto de mi soledad con la literatura tenía que acabar en matrimonio; por fuerza tenía que durar el amor de las que nacieron la una para la otra.


UNA PERSONA única, cuya biografía le ha destinado a la desgracia de ser única, solo madura cuando se da cuenta de que le es imposible ingresar en la sociedad y deja de gastar fuerzas en intentarlo.


“CON TARJETA”, estas son las dos palabras casi únicas que llevo usando los diez últimos años, la única conversación que mantengo con esos seres que dicen que son de mi especie, cada vez que voy a un supermercado y me preguntan cómo deseo pagar.


SOLO LA filosofía puede salvar a un ser como yo. Con familia y amigos se puede sobrevivir sin abrir un libro, pero una soledad como la mía solo se puede resistir haciendo abdominales en el cerebro.


HAY QUE ver lo que insiste Rojas Estapé en que la soledad mata: dice que los solitarios enferman más, sufren más daños cerebrales, pierden memoria enseguida y mueren antes. Pero olvida como todos los expertos, pues se publica un estudio científico contra la soledad casi cada día, que no es lo mismo estar sola porque quieres. Una persona que quiere estar sola nunca lo está realmente, porque se inventa a su novia y a sus familiares y a sus amigos. ¿Quién tiene más presente que yo a mi padre, veintiún años después de su muerte? ¿Quién es capaz de escribir al menos una frase cada día a su chica favorita, aunque no la haya visto en su vida? ¿Quién cuenta con más amigos que yo, el amigo Nietzsche, el amigo Borges, el amigo Plutarco, la amiga Pizarnik, el amigo Cioran, el amigo Neruda, el amigo Schopenhauer, el amigo Gómez Dávila, el amigo Montaigne?


ÚLTIMAMENTE ME visita un pensamiento que me agrada: el de que yo, de tanto esculpir/domeñar mi soledad, he logrado fabricarme un iglú a prueba de misiles nucleares que me está haciendo la vida cada vez más fácil. Todavía hace unos años me dolía mi soledad, el tobogán continuo al que te lleva, pero reviso mis diarios y me doy cuenta de que llevo dos años casi sin hablar de ella, indicio claro de que ya no es un problema. Pienso en los veinte o veinticinco años que igual me quedan por delante y me los imagino plácidos, totalmente absorta en mi obra, sin nada que me afecte, nadie que pueda herirme, ningún otro ser que pueda interrumpir mi monólogo absurdo e inhumano y monstruoso.


YO DEBERÍA ofrecerme al mundo como el ejemplo más acabado de soledad recalcitrante, transiberiana, que no te hace feliz ni infeliz sino que te mantiene alerta, entregada a la literatura. Desde 2016 no tengo relación visual con ninguna persona y en los últimos años también mi soledad virtual ha aumentado hasta el límite, tanto que ya no mantengo comunicación continuada con nadie de Internet salvo con Lyllita Oramas, que es el único ser que me manda un mensaje al menos una vez a la semana. Sin embargo, ni me muero, ni me desespero ni contraigo enfermedades mentales (esto estaría por probar, no estoy segura), sino que parece que resisto cada día mejor a esta fiera del nadie-por-ninguna-parte. Cada vez que escucho que quedarse sola es lo peor del mundo, me levanto de mi asiento y digo: eso no es cierto y yo soy el mejor ejemplo de lo que digo, porque además no estoy segura de si vivía mejor cuando me comunicaba con los demás que ahora que ya no me comunico.



CADA VEZ más sola, cada vez más rara, cada vez más inteligente. La soledad incita a la inteligencia y viceversa, pero mucho más si recurres al dopaje: mucho más si lees y piensas en lo leído. La lectura es mi efedrina, mi nandrolona, mis esteroides.


LA SOLEDAD masiva es la única que conserva tu pensamiento en estado salvaje. Todo lo que sea incurrir en sociedad es incurrir en pacto →en moderación →en mediocridad.


VOY CONCLUYENDO que mi proyecto ilustrado es la soledad. Que si he conseguido despojarme de todos los adjetivos tan necesarios a otras personas es por mi aislamiento masivo. Familia: la soledad. Raza: la soledad. Color de piel: la soledad. Sexo: la soledad. Género: la soledad. Estado Civil: la soledad. Patria: la soledad. Religión: la soledad. Profesión: soledad y soledad y soledad.

No hay persona más ilustrada que yo.



LA SOLEDAD crónica nunca defrauda: si la miras firmemente a los ojos, siempre sostiene tu mirada.



HICE DEMASIADAS cosas durante mi juventud y adolescencia para crearme la ilusión de que no estaba sola; la madurez es la época en que he asumido que estoy sola, siempre estaré sola y además te amo, soledad.



EXISTEN DOS anécdotas de mi niñez que con el tiempo han adquirido para mí un significado oscuro, casi trágico. La primera es que de niño yo no me quería creer que un roble o un pino o un eucalipto crecieran tan lentamente: pensaba que los árboles, cuando te das la vuelta, aprovechan para crecer rápido. Cuando he llegado a la edad adulta me he dado cuenta de que esa anécdota ejemplifica que yo, a los seis o siete años, ya estaba lleno de ansiedad y tenía dificultades para aceptar el ritmo natural de la existencia, que es un ritmo lento, en el que casi nunca pasa nada.

La segunda anécdota tiene que ver con el cielo: de niño me pasaba horas mirando el cielo para descubrir “un agujero”; pensaba que en alguna parte de él, cuando se movieran las nubes, aparecería un pequeño boquete por donde las águilas o los aviones se escapan. Entonces no le daba a esa búsqueda un significado profundo, porque era un niño, pero hoy lo veo muy claro: desde el minuto uno de mi vida yo rechazo las limitaciones de la existencia, a la que considero una prisión, y quiero evadirme.

Quiero escapar de la limitación espacio, la del planeta Tierra, y quiero escapar de la limitación tiempo, pues en algún punto kilómetrico del futuro está la muerte. Y quiero que los árboles crezcan rápido, mucho más rápido…



SI SERÁ la soledad un timbre de prestigio, que una de las maneras más rápidas y mejores de socializar, según mi experiencia, es la de presumir de ella:

—Es que ¿sabes? No me gusta la gente.
—A mí tampoco, la gente es un asco.
—Se está mejor uno solo, di que sí.
—Yo me quedo por las tardes sola con mi gata, con una manta y viendo una película, y estoy como Dios. 
—Cómo te entiendo.
—Ruido y cotilleo, la calle es eso.
—Ya.


CÓMO ME afectarán los pormenores del deporte de elite que esta tarde, cuando he pisado sin querer a mi gato Broma (pero por culpa de él, que no sale de mis piernas cuando estoy cocinando) y él ha lanzado un maullido escandaloso, he pensado por un momento: “A ver si ahora Broma se pone tan vengativo como ayer se puso el jugador de los Pistons, Isaiah Stewart, y me persigue de por vida igual que a Lebron James”. Hasta me ha dado por esbozar un cuento sobre un gato que ensaya las más variadas represalias contra el dueño que le ha pisado, sin acordarse para nada de las veces que fue cuidado y alimentado por él. Pero a mí no me ha pasado eso: al de un minuto Broma ya me había perdonado y de nuevo se arriesgaba a merodear debajo de mis piernas. Qué gato es Broma: os juro que de todos los que he tenido, lo mismo en Lauros que en Madrid, él es el cubo de las facultades gatunas, el más extraordinario que he visto. Tiene una característica que me gustaría que tuvieran las personas: la intensidad. Él todo lo hace intenso, lo mismo las cosas buenas que las malas; incluso me ha sucedido, cuando trato de que no muerda o arañe a Lorca, que es una gata ya mayor que nunca se mete en líos, ¡que me bufa y me enseña las uñas, reivindicando su derecho de morder a los demás! Si hay algo en pie, lo tira; si estoy durmiendo, me despierta; si le cierro una puerta, enseguida se pone a arañarla; cuando aparece alguien en casa, de inmediato se proclama su enemigo, pero luego es también el primero que desea hacerse amigo del extraño; en definitiva, es un gato alegre, vehemente, sociable, sano, lúdico, travieso, invasivo, generoso… ¡ya se me podían pegar cosas de él!



HABLANDO DE mi gato Broma y su intensidad, acabo de acordarme de que en la filosofía antigua existe un elemento que me aburre mucho, que es el punto medio o moderación de los deseos, ese in medio virtus que no solo defiende Aristóteles sino de una u otra manera Epicuro, Lao-Tsé, Platón, Buda, Sócrates o Confucio, y que a mí no me sirve: yo nunca he sido feliz moderándome sino siendo lo más intensa y auténtica posible. Claro que conozco muy bien que ser una misma, cuando se hace sin tener en cuenta a los demás, puede acarrear malas consecuencias, pero para mitigar los perjuicios recurro a una medicina, la soledad, que es la mejor que he encontrado para conservar a mi animal intacto. Ya lo decía Enzo Ferrari: "Mis pilotos, cada vez que tienen un hijo, pierden tres décimas por vuelta". Quien va sola por la vida puede conducir a la velocidad que quiera, ¿pero irías con tus hijos a 250 por una autopista helada?



APRENDER LA soledad cuesta. Porque una siempre quiere regresar a ese 0’01% de momentos buenos que te dio la sociedad y se olvida de su 99’99% de cháchara y baraturía. Por eso hay que trabajar e insistir y no desfallecer. Si quieres ser una solitaria como yo (no hay nadie en Madrid más sola, yo soy la zarina de la intemperie), tienes que decir no: no debo regresar. Aquí seré capaz de crear un mundo, aquí aprenderé a escucharme por dentro, aquí soltaré manadas de palabras, aquí me multiplicaré.

DE LA orden que le di a la literatura, hace ya más de un lustro, de domar a mi soledad y llenarla de regalos, he obtenido grandes victorias parciales, si bien no la toma completa de Constantinopla. La soledad buena avanza en mí año tras año, pero no me hago ilusiones: sé que la soledad mala nunca muere, solo se hace la muerta.



NO SERÍA tan grave estar sola si no te dijeras tantas veces “qué sola estoy”, por eso digo que la soledad es una gran vedette, siempre está actuando para que sepas que está ahí



NO SÉ si sabéis que a la soledad le gusta jugar al escondite y que su lugar preferido para esconderse es el interior de los libros. Cuántas veces me ha pasado, al sorprenderla oculta en uno de ellos, que decido de paso quedarme a leer.


HASTA ME sorprende lo bonita que está mi soledad, lo bien que me come últimamente, cómo eleva palacios de cartón y lanza amenazas en discursos incendiarios que acaban en una gran carcajada, qué multitudinaria se vuelve al mezclarse con la literatura, cuánta espada sin filo y sed de rayo conserva, cómo besa y mima y cuida a mi pequeño héroe y sus hazañas de plastilina.


AL TERCER o cuarto vídeo de Youtube sobre comida y vida sana te cansas: todos recomiendan más o menos lo mismo. Hay que comer variado, sobre todo verdura, fruta y legumbres; hay que tener siempre en casa ajo, cebolla, limón o miel, y no se debe consumir sal ni café ni alcohol ni bollería ni alimentos procesados. Y se debe hacer ejercicio, claro. Y ser positiva. Esto último es la hostia. Como si fuera fácil ser eso. Como si no fuera yo una montaña de noes siempre in crescendo.

También subrayan algunos de estos vídeos la importancia de tener buenas relaciones sociales. Esto me parece una bobada: personas como yo estamos mucho mejor solas. Yo no abandonaría a todo el mundo de la forma radical en que lo abandono si no sintiera una necesidad irrefrenable de hacerlo: dejar a los demás me da salud. Solo me respeto en soledad, solo tengo una buena opinión de mí misma cuando estoy a solas, y mis fases de desesperación son una tontería comparadas con la desesperación a que me lleva incurrir en los demás.


SE DICE en este reportaje (AQUÍ) que la masturbación compulsiva es una adicción sexual que provoca un deterioro de las relaciones sociales. Yo no lo veo así: lo que causa el deterioro de las relaciones sociales es salir a la calle lleno de ansiedad y energía descontrolada, nada más levantarte de la cama, sin haberte hecho las dos o tres pajas necesarias. Todos los conflictos verbales que he tenido en los últimos quince años comienzan del mismo modo: me levanto de la cama y, como voy a llegar tarde a una reunión o bar o cita, salgo de casa sin las masturbaciones de rigor, hecho una bola de fuego, y al llegar al lugar citado me como a la gente, pues nada hay más peligroso que el Batania real, el que se cree la hostia y deja que yo te explico y tú te callas que no sabes.

En Lauros la enfermedad sexual la tenía bajo control: solo necesitaba masturbarme cinco o seis veces al día porque el resto de la jornada me la pasaba haciendo deporte o desempeñando las duras labores de campo, que conseguían quemar mi cuerpo. Cuando me refiero a deporte, me refiero a que igual practicaba deporte de competición, a cara de perro, durante cinco o seis horas al día, ¡cómo no me iba a masturbar mucho menos!

En cambio en Madrid no hago deporte y la primera consecuencia es que he explotado sexualmente. Masturbarme es la única manera de darle de comer a mi tigre corporal, la carnaza necesaria para paliar mi ansiedad inextinguible. Pero no es la masturbación la que me ha llevado a la soledad sino al contrario: la masturbación ha sido el último clavo ardiendo al que me he aferrado para mitigar mi cuerpo y ser presentable socialmente. Mi soledad tiene que ver mucho más con la literatura y mi constante aumento de lucidez: como en los ratos en que no me masturbo no hago más que leer, me he creado un mundo virtual y platónico que me parece muy superior al mundo de carne y hueso y de ahí ya no salgo.



SI SOLO hubiera fracasado con una persona, con dos personas, con algún grupo que otro... Pero no. Me quedé sin la coartada de que los malos son los otros. Fracasé con todos. No quedó ni un solo renacuajo en mi charca. Lo mío con la soledad es como acertar dos mil veces seguidas al número 73.

¿Dónde vive Vanessa? En la soledad. ¿Con quién sale? Con la soledad. ¿En qué trabaja? En la soledad. ¿Tiene hijos? Sí, tiene muchos hijos. A miles le nacen. Hoy mismo, por ejemplo, la soledad le ha hecho cinco, cada uno de ellos una entrada en su blog.



DICE NAHUEL, el activista de Straight Edge que fue absuelto después de pasar en la cárcel dieciséis meses, la mayoría aislado por supuesta peligrosidad: “Yo pensaba que la cárcel no me había afectado, pero me he dado cuenta de que sí, de que ahora me cuesta mucho socializar”. Claro. Muchas veces he pensado, a cuenta de mi soledad crónica, que la culpa es mía por los altos niveles de orgullo e individualismo con los que me muevo, pero al final concluyo que la explicación no puede ser esa, porque he conocido a otras personas tan orgullosas e individualistas que, sin embargo, no están solas. Sucede que yo, simplemente, me pasé los treinta primeros años de mi vida en un caserío de Vizcaya, el 95% del tiempo solo, de forma que la soledad ha nidificado en mí, se ha vuelto mi territorio, y cuando me armo de valor y trato de salir a la calle, me ocurre que entro en un territorio desconocido, que no domino, y cualquier tontería o minitraba me hacen volver al iglú del silencio, allí donde me siento seguro. Si solo hubiera pasado un  año en soledad, incluso cinco, quizá habría logrado vencer mi rechazo a los demás; pero después de treinta años es imposible: de una soledad tan grande ya no se regresa. 



CUÁNTAS VECES he pensado si ese continuo enseñar / reivindicar / presumir de soledad por parte del escritor no tendrá un origen más simple: el de buscar la complicidad con el lector. Porque el lector también es un tipo sospechoso de acarrear cantidades ingentes de soledad: es un tipo que está leyendo un libro en lugar de estar con la familia o en los bares o con los amigos o en las redes sociales. ¡Qué tentación la de acudir al lector con esa peonza ya muy girada del qué distintos somos al resto, qué asteriscos llevamos en la frente y qué incapacidad la nuestra para ser manada!



LLEVABAN SIETE días de cuarentena por el COVID y ya estaban histéricos. Y los diarios españoles crearon para ellos una sección que a mí me llenaba de bochorno, porque fíjate si serán imbéciles tus conciudadanos que necesitan de la ayuda de los medios para cubrir su tiempo, donde cada día les proponían libros, series, cómics, películas o documentales para que mataran el aburrimiento.

¿Qué valor tiene una persona que no sabe estar ni diez días sola?

Pregunto.