LA SOLEDAD crónica nunca defrauda: si la miras firmemente a los ojos, siempre sostiene tu mirada.
EXISTEN DOS anécdotas de mi niñez que con el tiempo han adquirido para mí un significado oscuro, casi trágico. La primera es que de niño yo no me quería creer que un roble o un pino o un eucalipto crecieran tan lentamente: pensaba que los árboles, cuando te das la vuelta, aprovechan para crecer rápido. Cuando he llegado a la edad adulta me he dado cuenta de que esa anécdota ejemplifica que yo, a los seis o siete años, ya estaba lleno de ansiedad y tenía dificultades para aceptar el ritmo natural de la existencia, que es un ritmo lento, en el que casi nunca pasa nada.
La segunda anécdota tiene que ver con el cielo: de niño me pasaba horas mirando el cielo para descubrir “un agujero”; pensaba que en alguna parte de él, cuando se movieran las nubes, aparecería un pequeño boquete por donde las águilas o los aviones se escapan. Entonces no le daba a esa búsqueda un significado profundo, porque era un niño, pero hoy lo veo muy claro: desde el minuto uno de mi vida yo rechazo las limitaciones de la existencia, a la que considero una prisión, y quiero evadirme.
Quiero escapar de la limitación espacio, la del planeta Tierra, y quiero escapar de la limitación tiempo, pues en algún punto kilómetrico del futuro está la muerte. Y quiero que los árboles crezcan rápido, mucho más rápido…
SI SERÁ la soledad un timbre de prestigio, que una de las maneras más rápidas y mejores de socializar, según mi experiencia, es la de presumir de ella:
—Es que ¿sabes? No me gusta la gente.
—A mí tampoco, la gente es un asco.
—Se está mejor uno solo, di que sí.
—Yo me quedo por las tardes sola con mi gata, con una manta y viendo una película, y estoy como Dios.
—Cómo te entiendo.
—Ruido y cotilleo, la calle es eso.
—Ya.
CÓMO ME afectarán los pormenores del deporte de elite que esta tarde, cuando he pisado sin querer a mi gato Broma (pero por culpa de él, que no sale de mis piernas cuando estoy cocinando) y él ha lanzado un maullido escandaloso, he pensado por un momento: “A ver si ahora Broma se pone tan vengativo como ayer se puso el jugador de los Pistons, Isaiah Stewart, y me persigue de por vida igual que a Lebron James”. Hasta me ha dado por esbozar un cuento sobre un gato que ensaya las más variadas represalias contra el dueño que le ha pisado, sin acordarse para nada de las veces que fue cuidado y alimentado por él. Pero a mí no me ha pasado eso: al de un minuto Broma ya me había perdonado y de nuevo se arriesgaba a merodear debajo de mis piernas. Qué gato es Broma: os juro que de todos los que he tenido, lo mismo en Lauros que en Madrid, él es el cubo de las facultades gatunas, el más extraordinario que he visto. Tiene una característica que me gustaría que tuvieran las personas: la intensidad. Él todo lo hace intenso, lo mismo las cosas buenas que las malas; incluso me ha sucedido, cuando trato de que no muerda o arañe a Lorca, que es una gata ya mayor que nunca se mete en líos, ¡que me bufa y me enseña las uñas, reivindicando su derecho de morder a los demás! Si hay algo en pie, lo tira; si estoy durmiendo, me despierta; si le cierro una puerta, enseguida se pone a arañarla; cuando aparece alguien en casa, de inmediato se proclama su enemigo, pero luego es también el primero que desea hacerse amigo del extraño; en definitiva, es un gato alegre, vehemente, sociable, sano, lúdico, travieso, invasivo, generoso… ¡ya se me podían pegar cosas de él!
HABLANDO DE mi gato Broma y su intensidad, acabo de acordarme de que en la filosofía antigua existe un elemento que me aburre mucho, que es el punto medio o moderación de los deseos, ese in medio virtus que no solo defiende Aristóteles sino de una u otra manera Epicuro, Lao-Tsé, Platón, Buda, Sócrates o Confucio, y que a mí no me sirve: yo nunca he sido feliz moderándome sino siendo lo más intensa y auténtica posible. Claro que conozco muy bien que ser una misma, cuando se hace sin tener en cuenta a los demás, puede acarrear malas consecuencias, pero para mitigar los perjuicios recurro a una medicina, la soledad, que es la mejor que he encontrado para conservar a mi animal intacto. Ya lo decía Enzo Ferrari: "Mis pilotos, cada vez que tienen un hijo, pierden tres décimas por vuelta". Quien va sola por la vida puede conducir a la velocidad que quiera, ¿pero irías con tus hijos a 250 por una autopista helada?
APRENDER LA soledad cuesta. Porque una siempre quiere regresar a ese 0’01% de momentos buenos que te dio la sociedad y se olvida de su 99’99% de cháchara y baraturía. Por eso hay que trabajar e insistir y no desfallecer. Si quieres ser una solitaria como yo (no hay nadie en Madrid más sola, yo soy la zarina de la intemperie), tienes que decir no: no debo regresar. Aquí seré capaz de crear un mundo, aquí aprenderé a escucharme por dentro, aquí soltaré manadas de palabras, aquí me multiplicaré.
DE LA orden que le di a la literatura, hace ya más de un lustro, de domar a mi soledad y llenarla de regalos, he obtenido grandes victorias parciales, si bien no la toma completa de Constantinopla. La soledad buena avanza en mí año tras año, pero no me hago ilusiones: sé que la soledad mala nunca muere, solo se hace la muerta.
HASTA ME sorprende lo bonita que está mi soledad, lo bien que me come últimamente, cómo eleva palacios de cartón y lanza amenazas en discursos incendiarios que acaban en una gran carcajada, qué multitudinaria se vuelve al mezclarse con la literatura, cuánta espada sin filo y sed de rayo conserva, cómo besa y mima y cuida a mi pequeño héroe y sus hazañas de plastilina.
AL TERCER o cuarto vídeo de Youtube sobre comida y vida sana te cansas: todos recomiendan más o menos lo mismo. Hay que comer variado, sobre todo verdura, fruta y legumbres; hay que tener siempre en casa ajo, cebolla, limón o miel, y no se debe consumir sal ni café ni alcohol ni bollería ni alimentos procesados. Y se debe hacer ejercicio, claro. Y ser positiva. Esto último es la hostia. Como si fuera fácil ser eso. Como si no fuera yo una montaña de noes siempre in crescendo.
También subrayan algunos de estos vídeos la importancia de tener buenas relaciones sociales. Esto me parece una bobada: personas como yo estamos mucho mejor solas. Yo no abandonaría a todo el mundo de la forma radical en que lo abandono si no sintiera una necesidad irrefrenable de hacerlo: dejar a los demás me da salud. Solo me respeto en soledad, solo tengo una buena opinión de mí misma cuando estoy a solas, y mis fases de desesperación son una tontería comparadas con la desesperación a que me lleva incurrir en los demás.
SE DICE en este reportaje (AQUÍ) que la masturbación compulsiva es una adicción sexual que provoca un deterioro de las relaciones sociales. Yo no lo veo así: lo que causa el deterioro de las relaciones sociales es salir a la calle lleno de ansiedad y energía descontrolada, nada más levantarte de la cama, sin haberte hecho las dos o tres pajas necesarias. Todos los conflictos verbales que he tenido en los últimos quince años comienzan del mismo modo: me levanto de la cama y, como voy a llegar tarde a una reunión o bar o cita, salgo de casa sin las masturbaciones de rigor, hecho una bola de fuego, y al llegar al lugar citado me como a la gente, pues nada hay más peligroso que el Batania real, el que se cree la hostia y deja que yo te explico y tú te callas que no sabes.
En Lauros la enfermedad sexual la tenía bajo control: solo necesitaba masturbarme cinco o seis veces al día porque el resto de la jornada me la pasaba haciendo deporte o desempeñando las duras labores de campo, que conseguían quemar mi cuerpo. Cuando me refiero a deporte, me refiero a que igual practicaba deporte de competición, a cara de perro, durante cinco o seis horas al día, ¡cómo no me iba a masturbar mucho menos!
En cambio en Madrid no hago deporte y la primera consecuencia es que he explotado sexualmente. Masturbarme es la única manera de darle de comer a mi tigre corporal, la carnaza necesaria para paliar mi ansiedad inextinguible. Pero no es la masturbación la que me ha llevado a la soledad sino al contrario: la masturbación ha sido el último clavo ardiendo al que me he aferrado para mitigar mi cuerpo y ser presentable socialmente. Mi soledad tiene que ver mucho más con la literatura y mi constante aumento de lucidez: como en los ratos en que no me masturbo no hago más que leer, me he creado un mundo virtual y platónico que me parece muy superior al mundo de carne y hueso y de ahí ya no salgo.
SI SOLO hubiera fracasado con una persona, con dos personas, con algún grupo que otro... Pero no. Me quedé sin la coartada de que los malos son los otros. Fracasé con todos. No quedó ni un solo renacuajo en mi charca. Lo mío con la soledad es como acertar dos mil veces seguidas al número 73.
¿Dónde vive Vanessa? En la soledad. ¿Con quién sale? Con la soledad. ¿En qué trabaja? En la soledad. ¿Tiene hijos? Sí, tiene muchos hijos. A miles le nacen. Hoy mismo, por ejemplo, la soledad le ha hecho cinco, cada uno de ellos una entrada en su blog.
DICE NAHUEL, el activista de Straight Edge que fue absuelto después de pasar en la cárcel dieciséis meses, la mayoría aislado por supuesta peligrosidad: “Yo pensaba que la cárcel no me había afectado, pero me he dado cuenta de que sí, de que ahora me cuesta mucho socializar”. Claro. Muchas veces he pensado, a cuenta de mi soledad crónica, que la culpa es mía por los altos niveles de orgullo e individualismo con los que me muevo, pero al final concluyo que la explicación no puede ser esa, porque he conocido a otras personas tan orgullosas e individualistas que, sin embargo, no están solas. Sucede que yo, simplemente, me pasé los treinta primeros años de mi vida en un caserío de Vizcaya, el 95% del tiempo solo, de forma que la soledad ha nidificado en mí, se ha vuelto mi territorio, y cuando me armo de valor y trato de salir a la calle, me ocurre que entro en un territorio desconocido, que no domino, y cualquier tontería o minitraba me hacen volver al iglú del silencio, allí donde me siento seguro. Si solo hubiera pasado un año en soledad, incluso cinco, quizá habría logrado vencer mi rechazo a los demás; pero después de treinta años es imposible: de una soledad tan grande ya no se regresa.
CUÁNTAS VECES he pensado si ese continuo enseñar / reivindicar / presumir de soledad por parte del escritor no tendrá un origen más simple: el de buscar la complicidad con el lector. Porque el lector también es un tipo sospechoso de acarrear cantidades ingentes de soledad: es un tipo que está leyendo un libro en lugar de estar con la familia o en los bares o con los amigos o en las redes sociales. ¡Qué tentación la de acudir al lector con esa peonza ya muy girada del qué distintos somos al resto, qué asteriscos llevamos en la frente y qué incapacidad la nuestra para ser manada!
LLEVABAN SIETE días de cuarentena por el COVID y ya estaban histéricos. Y los diarios españoles crearon para ellos una sección que a mí me llenaba de bochorno, porque fíjate si serán imbéciles tus conciudadanos que necesitan de la ayuda de los medios para cubrir su tiempo, donde cada día les proponían libros, series, cómics, películas o documentales para que mataran el aburrimiento.
¿Qué valor tiene una persona que no sabe estar ni diez días sola?
Pregunto.
HACE UNAS semanas un tuitero me envió un mensaje privado: me decía que iba a venirse a Madrid a finales de mes y me pedía indicaciones sobre las librerías donde compro los libros tan baratos. Estuve a punto de contestarle, pero pronto me paralizaron algunas dudas: ¿Y si quiere que le acompañe a las librerías? ¿Y si quiere ser mi amigo? Al final, llena de terror ante los posibles inconvenientes (de terror, en realidad, ante la vida), decidí no contestarle.
Mundo Vanessa al 100%. Moriré sola, al menos eso es lo que pienso cada vez que miro mi reflejo dentro de los ojos de mis gatos.
POST-MAYA. ¿Por qué una persona acaba completamente sola? No siempre por falta de empatía o falta de aceite con los más cercanos, sino por algo de catalejo más largo, la repetición incesante de los mismos problemas, el encuentro tedioso con nuevos rostros que son los mismos rostros resignados, el conformismo circundante, el asco de estar encerrado en una especie sin margen que no es capaz de volar salvo en la literatura. Siempre he sentido como los mayas la necesidad de quemar mi ciudad y marcharme a otra, pero ahora que todas las ciudades son iguales ¿en qué ciudad podría salvarme salvo en una que fuera metafísica?
NADA PEOR que el muñón que te deja el padre muerto, la mujer que amaste, el tiempo en el que fuiste feliz. A partir de una edad todos somos una colección de muñones que disimulamos como podemos. No sé tú. ¿Cuántos muñones tienes? ¿No te pasa como a mí, que los notas los domingos por la tarde o los días de lluvia? ¿Y te aplicas alguna ortopedia o sigues viviendo como yo, fingiendo que no pasó nada?
EXISTE UN rasgo que se atribuye a los solitarios que no es cierto al ciento por ciento. Si lees a Horacio o a Fray Luis, o a Lope, Góngora y Quevedo cuando se ponen horacianos, se diría que la persona que se retira del mundo es una persona que abandona toda vanidad y le da igual la opinión de los demás. Se supone que el solitario deja de actuar, que está por encima de toda la mezquinería del aquí y del ahora, pero eso es falso, al menos en mi caso. Yo actúo todo el día. No queda ya espejo al que no me haya mirado, ni retrovisor nuevo que no haya ojeado, ni máscara que me haya quedado sin probar. Siempre estoy haciendo cosas para gustarme y caerme bien, soy una gigantesca operación de marketing dirigida a mí mismo.
Realmente qué astracanada es esta existencia.
LA SOLEDAD crea histéricos. ¿De dónde surgieron las grandes intolerancias sino de gentes solas que se entregaron a sus neurosis? Se me dirá que el budismo, el taoísmo o el huerto horaciano surgieron también de la soledad: de acuerdo, pero obsérvese que la misma exageración existe en ellos, ¿o no es una exageración prohibirse caminar de noche, como hacen los monjes jainistas, para no pisar a los insectos, o negarse a utilizar los sistemas de regadío, como hacía Lao-Tse, “porque no se sabe adónde lleva eso”? Con razón decía Cioran que no había conocido filósofo que fuera mesurado: la soledad conduce al Ártico o al Sáhara, promueve bonsáis o pirámides, avanza como el caracol o el guepardo, desconoce los términos medios.
SOY UN péndulo sin fin. En un minuto concreto puedo estar pensando dios mío, mi vida es un desastre, estoy en una situación desesperada, no tengo familia, no tengo ni un amigo, la soledad se me amontona, etc., y dos horas después ponerme a pensar alegre y hacia arriba por exactamente los mismos motivos, dios mío, qué afortunada soy, no tengo familia, no tengo amigos, soy imparable, la soledad es mi caballo de guerra, etc. Vivo en una soledad perfecta, con las habituales caídas en la desesperación de toda soledad perfecta, pero a veces me pregunto: si ya levanté contra los demás la primera muralla y la segunda y la tercera…, ¿por qué sigo levantando murallas?
PARA VIVIR en sociedad debes limitarte, aprender a manejarte con medias verdades, no comprometerte de continuo, evitar los conflictos que desgastan, dejar tu personalidad encerrada en casa o carecer de personalidad. La libertad que se genera en sociedad tiene alas de pingüino. Si en cambio quieres defender tu personalidad e ir en-todas-direcciones, si tienes ideas que no comparten tus más allegados, si quieres decir tu verdad a todas horas y necesitas libertad con alas de águila, lo más seguro es que acabes recluido en la soledad. ¿Que la sociedad y la soledad son la misma cárcel? La misma cárcel, pero en la cárcel de la soledad soy yo la que elige la pintura de la celda y la que tunea a su gusto los barrotes.
EN QUE nunca he querido ser un hombre radica mi belleza y mi tragedia: yo he agredido de forma sucesiva a la madre, la familia, la religión, la patria y todos los centros que se detienen, de modo que a los cuarenta años, al volver la cabeza después de tanta huida, me di cuenta de que a mi alrededor rutilaba la perfección de un desierto continuo. De tanto darme la razón en todo gané las tres medallas en el rally de la soledad: ¿no veis que en los tres cajones del podio solo figuro yo?
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